6/6/11

Horro vacui

Bueno, vuelvo para traeros una reflexión de mi amiga Nieves con la que imagino que varios os sentiréis identificados en algún momento.


La tranquilidad era una larga tarde de verano de hace veintitantos años, leyendo en una hamaca del jardín, con el perro al lado y sin obligaciones. Y cuando se acababa el libro o cuando hasta leer aburría, podías perderte buscándole forma a las nubes o dejando que el cielo de la noche te redujese la consciencia a la mínima expresión de polvo espacial.
Eso ya no existe, se perdió en el mismo lugar que la programación aburrida de sólo dos cadenas y los días pre-consolas, pre-móviles, pre-internet. Hoy nada se detiene nunca, no tenemos tiempo de pararnos a pensar, a echar un vistazo a lo recorrido para asimilarlo y aplicarlo a lo que recorreremos. ¿Para qué buscar culpables? Tan listos como parecemos y al final terminamos renunciando a lo más elemental, a lo que nadie debería poder arrebatarnos: meditar y crecer. Lo que se supone que nos hace diferentes de las bestias.
A golpe de AVE, retrasos en la T4, agotamientos de batería (del portátil y mías) y carencia de literatura que llevarme al ojo, últimamente me queda algún hueco en el que con una cierta sensación de vértigo me veo sin más instrumento que usar que el cerebro. Digo vertiginoso por el esfuerzo consciente que tengo que hacer para dejar de bombear adrenalina laboral y conseguir llevar el ritmo a lo meramente necesario desde un punto de vista biológico. Tengo que esforzarme para dejar de buscar algo que hacer en el hueco (dormir suele ser la primera opción; es muy triste, pero cuando tengo algún día libre me atasco intentando decidir qué hacer entre tantas cosas como me apetece y/o debería) y después hay que andar pastoreando los pensamientos como si fueran rebaños de ovejas díscolas a las que reclamar a golpe de honda cuando pretenden volver por los derroteros del trabajo.
Huyendo del horror vacui suelo dar en pensar en los amigos, esas manos que voy encontrándome en la oscuridad. Los que se me han ido adhiriendo a la vida como las yerbas al pelo de mi perro y los que he elegido yo, algunos en pleno descubrimiento, otros aún con muchos cajones misteriosos por abrir, otros con demasiados cajones abiertos (y revueltos). Me provocan admiración, ternura, preocupación y sorpresas. Siempre me inspiran. Los miro y lamento no tener posibilidad de pasar tiempos muertos con ellos, compartir estos momentos de vacío sin miedo, arreglar el mundo o simplemente pensar en voz alta. Quiero que me den material suficiente para sacar fuera los dibujos de ellos que llevo a trozos en la cabeza, como quien lleva servilletas de papel llenas de bocetos.

La expresión latina horror vacui (literalmente ‘miedo al vacío’) se emplea en la historia del arte, especialmente en crítica de la pintura, para describir el relleno de todo espacio vacío en una obra de arte con algún tipo de diseño o imagen. (Wikipedia)

1 comentario:

Vikutoru Tamago dijo...

La verdad es que hace mucho tiempo en el que no digo "me aburro". En los últimos meses me he metido en un proyecto que me tiene totalmente ocupado y en los últimos dos años, he creado un micromundo en el que me es imposible aburrirme pues siempre tengo algo que ver. Pero como comenta al principio, esto en la era pre-internet sería imposible. Y buena prueba de ello fue la vez que me quedé dos horas sin la conexión y se me torció todo por completo, pensando mil veces "¿Y ahora qué hago?"

Tardé cerca de 10 minutos en decidirme si jugar a la consola o montar una maqueta que esperaba su turno algo más de un mes. Al final fue lo segundo.

Pero sí es verdad que a veces quiero esos momentos de vacío (aunque luego me lamente de haber perdido el tiempo pudiéndolo usar en algo "útil"). Pero lo veo casi imposible, siempre hay algo que hacer, ya sea uno solo o con los amigos.